Marta Valente ha vuelto a nacer al aire libre, al sol italiano, a la vida. ¡Qué afortunada ha sido ella después de permanecer enterrada veinticuatro horas entre escombros y cascotes! Su casa, seguramente en la que nació y donde llevaba viviendo esos veinte años que tiene, estuvo a punto de convertirse en una tumba lapidándola. Pero no, ahí estaban miles de brazos para que eso no pasara y no pasó. Marta, la joven italiana, sigue viva y acabará su carrera universitaria, se echará una pareja formal -a lo mejor conocerá al hombre de su vida gracias a su beca Erasmus-, tendrá hijos y... Y mientras tanto, ¿dónde está nuestra Marta? La nuestra, la española, la que no aparece porque unos "hijos de una buena madre" decidieron asesinarla para que no volviera a sentir sobre su piel ni el aire libre ni el sol de Andalucía. No satisfechos, éstos...( qué pequeñas se me quedan las palabras porque no encuentro ninguna con qué descalificarlos) decidieron lapidarla, no se sabe si entre las aguas del Guadalquivir o entre toneladas de inmundicias. Ahora, Marta podría estar en un vertedero. O eso al menos es lo que ha confesado en su última declaración el principal imputado Miguel Carcaño, el mismo que ya tiene apellido porque antes para respetar su intimidad de "presunto" era un nombre y dos iniciales: Miguel C.D.
El susodicho cambia de declaraciones como de camisa. Forzó a la antigua novia con una navaja, arrojó la navaja inservible ya -sólo la usó para amedrentar a la joven, no para asesinarla- y luego el "colega", el Cuco, que por cierto es menor (lo es para ir a la cárcel pero no lo fue para violar y asesinar supuestamente") acabó rematando la faena: abusó también de ella y la estranguló. Pero no hay pruebas del perfil genético de Marta ni en el contenedor ni en la navaja. ¿Una nueva mentira? ¿Otra más? Y sale a la palestra el padre de la "criatura" diciendo que su hijo miente porque está encubriendo a alguien a quien teme más que a la justicia y que ha intentado suicidarse. ¡Pobrecito él! Alguien que lleva meses mareando a la justicia, a la policía, a todos..., intenta quitarse la vida y no lo consigue. Pues que pida ayuda a los padres de Marta. O a mí misma. O si no nos pide una mano amiga a esos padres o a mí, que se pudra en la cárcel. Para que no vaya a la universidad, para que nunca tenga pareja, ni hijos, ni para que tampoco le acaricie la piel ningún sol picajoso. Para que todos los años de su vida vaya vestido con el sudario del crimen cometido, el de Marta. Y que la cárcel sea para toda la vida, sin reducciones de buena conducta, para que Miguel Carcaño viva la peor de las muertes: la muerte en vida y que el único sol que le entibie sea en que se cuele por entre las rejas.
¿Endurecer las penas? Por supuesto. Castigar de por vida a los culpables. Naturalmente.Y entonces podremos entonar el mejor brindis que te mereces, Marta, el de que nunca saldrán de allí mientras vivan.
Paloma Villarejo.
Escritora y profesora de secundaria